CIUDAD DE MÉXICO, 11 mayo 2009 (EL País).- La nueva influenza que se desató primero y con un poco más de fuerza en México que en otros lugares, ha puesto en evidencia muchísimas fallas y virtudes de nuestro sistema.
No hay suficientes muertos, no hay escenas dramáticas de individuos colapsándose por las calles, no hay hordas desbordadas por las ciudades en busca de pan y de agua, no hay personas arrancándose unas a otras las mascarillas, no hay linchamientos, no hay carretillas con cadáveres apilados, no hay bombas ni artillería, no hay suficiente sangre. Lo que sí hay es un nuevo virus; una población entre asustada y escéptica; autoridades que, ¡oh, sorpresa!, asumen el control; la megalópolis que cierra y se encierra; algunas decenas de muertos y más de un millar de infectados; escuelas que bajan la cortina; unos cuantos mexicanos maltratados en un puñado de países; dos o tres declaraciones estridentes de dirigentes que están, o pretenden estar, enojados.
La nueva influenza que se desató primero y con un poco más de fuerza en México que en otros lugares, ha puesto en evidencia muchísimas fallas y virtudes de nuestro sistema. Y ha mostrado también que cuando hay que informar de y narrar sobre una crisis anticlimática, a los que nos dedicamos a la comunicación todavía nos queda mucho por aprender.
Comencemos por algún lado: en México se decreta situación de emergencia sanitaria a raíz de la multiplicación de casos de enfermedad (y algunas muertes) por el virus de una influenza llamada primero porcina, después humana y hoy A H1N1. Aunque diversos medios ya habían mencionado la existencia de personas infectadas con una nueva forma de influenza, fue hasta la noche del 23 de abril que el grueso de la población recibió el anuncio de suspensión de clases en una zona neurálgica del país, y la imposición de medidas sanitarias hasta entonces reservadas a otras geografías. A la postre se sucederían nuevos anuncios, hasta llegar a la solicitud, en cadena nacional, del Presidente a todos los mexicanos: quédense estos días en casa para evitar contagios o la propagación del virus. Se complica el reto: cuando un país se recoge, hay que ser muy creativo o hasta inventivo para tener algo que contar.
Los medios de comunicación en México (y de otros lugares del mundo), nos dejamos llevar primero por la sorpresa de la noticia, y las nuevas imágenes que esta producía. Después vino la sospecha y el escepticismo, y había que cazar a las autoridades: irregularidades en las cifras, ¿por qué hasta ahora?, ¿no estarán exagerando?, ¿no estarán ocultando algo más grave? Entonces pasamos al relato de la víctima: de uno de los primeros contagiados (un niño avispado, con buen manejo de medios) a la mujer no atendida, al empleado obligado a trabajar aun a pesar de las prohibiciones, al mexicano maltratado en China, al varado en Buenos Aires, a la familia estigmatizada por sus vecinos. Y se acentuó lo que -si nos lo permitiéramos nos daríamos cuenta- es una verdadera pesadilla informativa: porque en realidad no estaba pasando nada, pero los medios de comunicación ya habían extendido sus horarios de cobertura.
En un mundo acostumbrado a la información en tiempo real, al espectáculo, al drama invasivo, a la estridencia, a la cacería del sospechoso, al juicio mediático, un lapso de tiempo detenido, de gente recogida y de virus contenido es casi un hoyo negro.
Claro está que sí sucedían cosas, que el virus es real, como lo son los muertos, los enfermos, y las consecuencias funestas de todo esto en la economía y la vida de los afectados (incluido al país como tal). Pero en términos del espectáculo mediático, no había nada sustantivo con qué llenar las horas y horas de transmisión radiofónicas, los programas especiales de la televisión, los suplementos de los impresos. Cierto, los medios fueron útiles para no provocar pánico ni incitar a la desobediencia.
Pero al paso de los días, la imposibilidad de tratar la "nada" se hizo evidente en la reiteración informativa, la multiplicación de las historias victimistas, el auto-encumbramiento de algunos comunicadores como salvadores de los agraviados (antes de que nuestro Presidente nos proclamara salvadores de la humanidad). Los medios impresos, en sus versiones online, también sufrieron el encuentro con la "nada": la actualización minuto a minuto no arrojaba datos sustantivos, porque no los había. Será tal vez, parafraseando a Kundera, que la historia estaba en otra parte.
Aún hoy, cuando empieza a quedar un poco más clara la magnitud de la crisis, seguimos enganchados en la narrativa victimista y en el vicio de atrapar la declaración del funcionario para encabezar con eso la nota. Toca tal vez comenzar otra labor, la del reportero que sigue los hilos de la historia; la del periodista de investigación que es capaz de usar y cruzar bases de datos e interrogar la realidad más allá de su inmediata percepción; la del trabajo colaborativo, que debiera ser propio del periodismo de estas épocas enredadas y que permita contrastar hipótesis, compartir enfoques y completar mosaicos. Me temo, sin embargo, que se impondrá el hábito, voltearemos a ver el siguiente escándalo y nos sumiremos en las declaraciones, las víctimas y los verdugos en turno. Servirá todavía de escudo la convicción de que los lectores y la audiencia ahí siguen. Mientras sigan, claro está.
Algunos señalan ya que los verdaderos ganadores de esta complejidad comunicativa fueron las redes sociales y la dimensión dialogante de Internet. No lo sé, pero supongo que más que un tipo de medio, lo que termina ganando es un interesante equilibrio en donde la imposibilidad de los medios tradicionales por abordar esta nada tan peculiar, se remedia con la recuperación de las voces individuales, que dialogan en la Red y fuera de ella, para darle sentido a una historia que está más allá, o en otra parte .
Cuando no hay suficientes muertos para nuestra tradicional forma de narrar e informar, estamos obligados a ser capaces de encontrar otra.
Gabriela Warkentin es Directora del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México; Defensora del Televidente de Canal 22, uno de los dos canales de televisión pública en México; y conductora de radio y TV.
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